lunes, 4 de agosto de 2014

LA TERNURA DE UN FARO

Las olas rugían como nunca azotando los acantilados que día tras día se iban afilando como cuchillos, capaces de destrozar el barco más potente. La tormenta arreciaba y encallamos.
¿Y qué hiciste, abuelo?
Con mis ahorros construí un faro. Lo ves. Es como el amigo fiel de los marineros; siempre avisa del peligro.
¿Y tu barco, abuelo?
No tuvo la suerte de tener un faro…
Cuento aparte, hoy día cuatro de agosto, veíamos como San Pedro hacía aguas con mucha arrogancia pero falto de fe… se sentía seguro en su barca pero quiso medir sus fuerzas y arriesgó demasiado.


Yo soy la luz del mundo
 y el que me sigue
 no andará en tinieblas.

Echarse a la mar es exponerse a días grises y noches sin luz. Los acantilados no perdonan… por eso hacen falta los faros.
El día tres de agosto soltábamos las amarras de nuestra asamblea; ya navega a buen ritmo. No obstante es preciso tener a mano la carta de navegación y los ojos fijos en el FARO, no vaya a ser que, entretenidas en atar y desatar las velas, perdamos el rumbo.
Buscar un rato de bonanza junto al FARO, es garantía de éxito. Porque será siempre ciertas aquellas palabras del Evangelio: “Sin mí, nada podéis hacer”

La Comisión de Prensa

2 comentarios:

  1. ¡Ahí estamos, al lado del FAro para que os alumbre bien la ruta!!! ¡ánimo! ¡El Señor os bendice!!!

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